No hay batalla más difícil que pretender que nuestros hijos
sean tan parecidos a nosotros que tengan hasta el mismo gusto musical.
Todo padre de familia quisiera que sus hijos fueran una
versión mejorada de sí mismos: que no cometan los mismos errores, que aprendan
de las experiencias vividas por sus viejos y que les gusten los mismos
deportes, el mismo estilo de vestir, las mismas películas y, por supuesto, la
misma música. No pedimos casi nada.
Desde hace algunos años, diversos estudios han demostrado
que los bebés pueden escuchar desde la época prenatal y que hay algunas
canciones que les gustan más que otras cuando están en el vientre materno.
Cuando nos enteramos de esto, viene la parte en la que nos volvemos medio
obsesivos y empezamos a ponerle música a la barriga que va creciendo. Luego el
bebé nace ¿y qué hacemos? Le ponemos la música que nos gusta cuando se
despierta, mientras come, cuando se baña y a la hora de dormir.
Con el tiempo nos vamos dando cuenta que incular el gusto
musical no es tan fácil como parece, porque a medida que los niños van
madurando, se va desarrollando su personalidad y el gusto personal cambia según
la edad y las experiencias que van viviendo; entonces resulta que hay unos que
disfrutan de lo que comparten con sus padres y otros que no (los que amarran la
cara cuando suben al auto y mamá o papá se apoderan del radio).
Por ejemplo, mis hijos escuchan a los Beatles desde antes de
nacer; el pequeño aún está en fase de experimentación y con solo meses de
nacido, parece disfrutar de Beatles for babies pero nadie me garantiza que en
su futuro siga esa línea; en el caso de mi hija, la gente solía decir que era
una viejita en miniatura porque tenía al cuarteto entre sus favoritos y, aunque
todavía disfruta cantando Yellow Submarine a todo pulmón, su grupo preferido es
One Direction. No pude evitar que bailara Gangnam Style con sus amigas del
colegio y tampoco decido si disfruta o no de las canciones de los programas de
Disney y Nickelodeon o que opine si la canción del Mundial que grabó Ricky
Martin es mejor que la de Pitbull.
Recuerdo que una vez llegué a casa y ella estaba cantando “A
ella le gusta la gasolina, dame más gasolina”, le pregunté dónde escuchó esa
“canción” y le dije muy seriamente que en mi casa no se escucha reguetón. No
volvió a cantarla pero me dijo que no podía evitar escucharlo fuera de casa
porque en las mañanas el chofer del bus colegial ponía una emisora de lo que
ahora llaman “género urbano”, afortunadamente para mi, no le gusta el estilo y
prefiere el pop.
Seamos sinceros, a menos que los mantengamos como niños
burbuja, estarán expuestos a todo lo que suena en radio, lo que escuchan amigos
o en el equipo de sonido del busito colegial.
Para quienes preferimos los clásicos existe una ventaja: la música
actual es desechable y, mientras van desapareciendo y apareciendo canciones, lo
que escuchamos nosotros perdura en el tiempo y – posiblemente – perdure en la
memoria de los pequeños también pero aunque pongamos hasta el cansancio
nuestras canciones favoritas, no existe garantía de que vayan a gustarles a
ellos pero sí podemos conseguir que sean una de sus influencias.
Esforcémonos por hacer que esas influencias valgan la pena y
tratemos de no imponerles lo que deben escuchar o no, que sean ellos quienes
definan su gusto y personalidad y respetemos lo que ellos elijan, pero siempre
intentando ser la mejor base musical posible.
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