Muchas veces no entendemos las cosas hasta
que la vida misma nos va mostrando cómo hacerlo.
Alguna mañana del primer trimestre de 1994.
Planta baja de un edificio en El Carmen. Espero el bus colegial para ir al curso
de verano de un nuevo colegio, un instituto que no conocía y al cual debía
asistir obligada por mi madre que – según yo – había tomado la peor decisión de
su vida para arruinar la mía al cambiarme de escuela por 2 años después de ir
11 años al mismo colegio.
Poco sabíamos mi madre y yo de quiénes
estarían compartiendo salón conmigo, muchos venían del mismo colegio que yo,
así que no me sentí tan sola.
Primer día de clases de 1994. Salón de IV
Comercio. La profesora de Contabilidad entra al salón y dice buenos días, solo
quienes veníamos del otro colegio nos levantamos pero nos sentamos de
inmediato.
No tomó mucho tiempo para que me diera
cuenta que siendo una escuela pequeña, la relación profesor-alumno era más
personal y decir los buenos días desde el puesto no ofendía a nadie, porque no
se molestaban por pequeñeces, lo que ofendía era que alguien no contestara.
Julio de 2014. Chat de ex alumnos del colegio. Sale a
relucir que viene el vigésimo aniversario de graduación y que hay que empezar a
organizar desde ahora una misa y una fiesta para ex alumnos y egresados. Me
sumo.
Julio de 2014. Chat de ex alumnos del
instituto. Nadie menciona nada del vigésimo aniversario el próximo año pero
todos quieren hacer una reunión de reencuentro del grupo de comercio.
Poco sabía yo en 1994 que el cambio sería una
oportunidad valiosa, no solamente porque pasar de un bachillerato en Ciencias,
Letras y Filosofía a uno en Comercio Bilingüe serviría para probar que mis
pésimas notas en Contabilidad eran por el método de enseñanza y no porque no
diera bola, sino que también abría el compás y me permitiría compartir con
nuevas personas, pocas, pero geniales.
No hubiera podido imaginar que 20 años más
tarde pudiera reencontrarme con mis amigos del colegio y que después de pasar
años sin verlos el trato sería como si nos hubiéramos visto ayer.
En ese momento, en mi cabeza no podía concebir
la idea de que mis amigos seguirían siéndolo aunque cambiara el uniforme y algunos
se mantendrían hasta el día de hoy y que un chat grupal pudiera revivir las
amistades que habían quedado pausadas.
Algunas veces, la vida misma se encarga de
demostrarnos que nos equivocamos. A mí
me tomó un tiempo darme cuenta de lo mucho que gané, no solo por las amistades,
sino también por el conocimiento. Entendí que quedarme donde siempre
representaba pasar páramos y que un colegio más pequeño con un método más
personal funcionaría mejor. Por eso, 20
años más tarde, debo decirlo: por tu sabia decisión, gracias mamá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario