Parece que algunas personas no entienden que a la sala de
cine se va a disfrutar de una proyección; no comprendo para qué pagan entrada
si no van a ver la película.
Tìpico: Va al cine, forma una larga fila para comprar el
boleto, entra a la sala esperando disfrutar de la película y de repente...
“riiiiing!” suena el celular de la persona atrás de usted y se pone a conversar
como si estuviera solo y a nadie le molestara. Su cabeza se calienta, intenta
ignorarlo unos segundos pero es imposible, voltea y le pide al impertinente que
haga silencio, no pasa nada. La molestia permanece por un rato largo y usted no
logra disfrutar del filme como esperaba.
A todos nos molesta esta situación; hace unas semanas sólo
por curiosidad, pregunté a mis seguidores en twitter qué les molesta cuando van
al cine, hubo respuestas diversas como niños que gritan y lloran, olor a
ketchup, el aire acondicionado muy frío, el aire acondicionado apagado, los que
patean el asiento del frente (donde resulta que tú estás sentado), los que
llegan tarde y pasan entre las sillas tapando la vista a los demás y los que se
duermen y roncan; pero la respuesta que más se repitió fue: ¡los que
hablan! A mi me ponen de mal humor,
¿cómo no molestarme si cuando era pequeña me enseñaron que hay lugares en los
que uno no debe hablar por respeto a los demás: la iglesia durante la misa, el
salón de clases y el cine durante la proyección de una película? Aparentemente, la lección no se la dieron a
todo el mundo, porque abundan quienes no pueden evitar incomodar mientras otros
intentan prestar atención o pasar un rato ameno.
Puedo entender a aquellos que llegan a meterse en la trama
de la película y la emoción los lleva a hablarle (y hasta gritarle) a la pantalla,
como aquella señora que viendo Los 3 mosqueteros saltó del asiento y le gritó
al Cardenal Richelieu – interpretado por Tim Curry - “¡muere bastardo!” o
aquellos que en las películas de terror gritan “¡no entres ahí!”
También entiendo a los que hacen uno que otro comentario
acerca de lo que está pasando a la persona que los acompaña, sobretodo en las
secuelas o películas basadas en libros, comics o biografías: como el muchacho
que se sentó al lado mío el día que vi Los vengadores y se disculpó porque
llevó a su novia, que nunca ha sido fanática de los cómics, y tuvo que
explicarle cada personaje, afortunadamente lo hizo en voz baja y como punto
extra, pidió disculpas.
Pero a las que no puedo comprender por más que lo intento
son a aquellas personas que hablan de
cualquier cosa dentro de la sala de cine y pagan una entrada para no ver la
película: el que contesta el celular y se pone a echar cuentos como si no
hubiera nadie al rededor, los que ya
vieron la película y cuentan lo que pasa mientras la están viendo otra vez, los
que empiezan a conversar y a quienes hay
que aclararles que en el cine dan películas de ficción porque empiezan a gritar
comentarios como “¡qué batazo!” o “¡eso es imposible!”
¿Dónde se empieza a educar? ¿quién explica las reglas de
comportamiento en lugares públicos? Seguramente la respuesta general será que
la urbanidad se enseña en casa y me pregunto si será posible reeducar a los
adultos y empezar a educar a los niños, cambiar la actitud de quienes no
entienden que es una falta de respeto e
incomoda a las personas que intentan disfrutar del filme y pagaron
(igual que ellos) para hacerlo; no comprendo por qué pagan entrada si no van a
ver la película.
Quizás la solución empieza por nosotros mismos. Si usted
conoce a alguien que forma parte del grupo de los que habla mientras está en el
cine, le invito a hacer un ejercicio: edúquelo; pídale que se ponga en los
zapatos de los demás y pregúntele cómo se sentiría si un impertinente
conversara a su lado mientras trata de prestar atención a lo que está
sucediendo en pantalla; hágale ver que si fuera el caso, seguro se molestaría y
pediría, al igual que nosotros, más respeto por favor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario