domingo, 25 de julio de 2010

¿La peor profesión?

Me atrevería a apostar que no hay peor profesión que la del dentista. No conozco a nadie que disfrute de las visitas al consultorio y, sin embargo, son sumamente necesarios si queremos mantener una sonrisa decente.

Toda esta reflexión me vino a la cabeza porque mañana temprano tengo que ir a visitar a mi odontólogo. Es el mismo que he tenido toda mi vida -desde hace tanto así que, si mal no recuerdo, sólo se me cayeron 2 dientes de forma natural y él se encargó de sacarme todos los demás.

La visita mañana me tiene con los nervios de punta, no voy a negarlo, porque me partí una muela y el dolor es tan insoportable que creo que me tendrán que hacer una endodoncia.  Intenté pasar por alto esta visita, traté de convencerme de que no fue nada grave, que el dolor es psicológico y quién sabe cuántas cosas más, pero fue cuestión de horas para que al final, se volviera una cita obligatoria en mi agenda.

Todo empezó por culpa de una manzana, sí - como dice una amiga fue "la pobre fruta contra el diente" y la fruta ganó. Mordí la manzana y después sonó "crack", sentí pedacitos óseos y resultó ser que se me partió la muela. Suena sorprendente, pero es la pura verdad.  Pasadas unas horas, un dolor punzante se apoderó de la parte inferior de mi boca y, a medida que avanzaba el tiempo, se ponía peor.

Traté de localizar a mi dentista y resulta que no pude, por eso no me quedó otra opción que llamar a la abuela de mi hija (juro que si no hubiera sido insoportable y urgente, no la hubiera llamado); ella me recetó medicinas para el dolor y me dijo "tómate una cada 12 horas. te diría que vinieras pero mejor trata de buscar al dentista por tu lado y si de aquí al lunes no lo consigues me avisas para entonces atenderte". Por suerte, mi dentista apareció el sábado casi a la medianoche y me dijo que él me atendería el lunes en la mañana y que tomara otras medicinas cada 8 horas.

Lo extraño de todo esto es que las medicinas de cada 12 horas pierden el efecto cada 6 y las de cada 8 hacen que más que dolor punzante sienta como un calambre que va desde la parte baja de la mandíbula hasta la sien.

Faltan 12 horas para la consulta y estoy segura de que esta noche no podré dormir. No encuentro ninguno de mis dos iPods (con eso podría distraerme de todos los sonidos metálicos que se presenten) y no tengo ni rastro de sueño. No me incomoda el procedimiento en sí (dice mi mamá que ella no sintió nada cuando pasó por eso mismo) sino que detesto el sonido del metal contra los huesos, la sensación del aparato de succión, sentir la aguja de la anestesia penetrando la encía, la molestia de la luz de la lámpara gigante y, sobretodo, el olor particular de consultorio odontológico.

Insisto, los odontólogos tienen la peor profesión, ¿o es que alguno de ustedes disfruta de visitarlos?

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