Mis hermanos y yo pasábamos las
vacaciones en Chiriquí y no hubo una sola vez sin que alguno despertara
mortificado por las historias de miedo que había escuchado antes de dormir.
Durante mi infancia, los viajes al
interior eran los momentos ideales para que la muchachada se reuniera en la
plaza del pueblo a contar y escuchar narraciones que por siglos pasaron de boca
en boca, entre familias y por generaciones. Brujas, fantasmas, animales
satánicos y apariciones eran algunos de los protagonistas de estas historias
que escuchábamos con atención, demostrando cuán masoquistas podíamos llegar a
ser, ya que a más de uno les causaban terror.
Mi abuelo, narrador innato, aseguraba que
había visto duendes cerca de la casa y aunque mi madre prefería no contarnos
nada que pudiera hacernos perder el sueño, no pudo evitar que alguno de sus hermanos
- en un intento de hacernos ir a dormir temprano - iniciara un cuento con una
frase como "¿ustedes saben qué pasa cuando los niños se quedan despiertos
hasta tarde?"
En una ocasión, mi prima preguntó "¿saben
que si ponen el oído en el piso de la entrada de la iglesia pueden escuchar los
caballos de los jinetes del Apocalipsis?" Envalentonados fuimos uno a uno
a poner la oreja en ese piso de cemento frío, donde lo único que escuchábamos
eran los latidos de nuestro propio corazón, acelerado por una mezcla de
adrenalina y miedo.
De boca de mis primos, tíos y algunos
vecinos, conocimos las leyendas del padre sin cabeza, la silampa, la tulivieja
y los duendes, así como también la historia de una señora pequeñita que se
aparecía en nuestra casa e incluso dicen que también la vieron en casa de los
señores Ponce, que vivían a media cuadra de mi abuelo.
Supimos también que si una bruja te ataca,
debes ponerte la ropa interior al revés y rezar un Padre Nuestro; que hay que
bautizar temprano a los bebés, si no quieren que se los lleven los duendes, ni debemos
dejarlos desatendidos porque aparece la tulivieja y se los roba, pensando que
es su niño, al que se llevó la quebrada.
No sé si sea cierto, pero dicen que el
pueblo de Dolega fue construido sobre un antiguo asentamiento indígena, que
bajo el viejo árbol de algarrobo que está camino a la lechería hubo un
cementerio que quedó olvidado con los años; como recordatorio, las ánimas
vuelven a la tierra cada noche de brujas y si guardas silencio por suficiente
tiempo, puedes escucharlas susurrando junto a tu ventana.
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